De los relatos a las raíces

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Pedro Sánchez compareció en el Congreso para rendir cuentas de los graves casos de corrupción que afectan a su partido. Feijóo, nuevamente, no se respetó a sí mismo, y tiró de bulos y mala educación. El sector mediático afín al PSOE, que no es tan voluminoso como el del PP, vendió el relato de que el presidente del Gobierno había salido vivo, con cierto éxito para los suyos. Por su parte, la derecha mediática, más fuerte y comprometida con su causa, insistió en su narrativa, tan disparatada como eficaz, sobre Sánchez como figura autoritaria agotada.

Más allá del storytelling, el presidente Sánchez presentó el Plan Estatal de Lucha contra la Corrupción, un conjunto de medidas que no suenan mal, pero que carecen de alcance estructural. En palabras de Civio, “el Plan Estatal de Lucha contra la Corrupción no nos parece una estrategia de cambio, sino un ejercicio de política performativa. En vez de abordar las causas estructurales de la corrupción, despliega tácticas recurrentes que generan titulares sin alterar el statu quo”.

Sorprende, aunque quizás ya no tanto, el apoyo acrítico que los socios de Gobierno mostraron a un plan tan descafeinado y falto de ambición. No es una buena noticia que esos sectores de la izquierda hayan renunciado a tener un proyecto político propio.

Leído el plan, solo puedo concluir que el Gobierno carece de una estrategia sólida para erradicar la corrupción. Sánchez se vio en la necesidad de formular algo para salir de un aprieto, y su equipo improvisó un paquete de medidas superficiales, previsibles e incluso repetitivas. En algún caso, incluso el plan roza el absurdo, como cuando alude a que “se estudiará la creación de un procedimiento sumario y abreviado como el de tutela de los derechos fundamentales para acelerar los trámites y acortar los plazos”. ¿“Se estudiará” en un plan de medidas?

Existe toda una industria consultora y académica en torno a la corrupción, pero pocas veces los diagnósticos afinan. Y, sin un diagnóstico certero, las propuestas y reformas siempre van a resultar baldías.

¿Qué es la corrupción? No existe un concepto unívoco. Nuestro Código Penal contempla “delitos de corrupción en los negocios”, sin demasiada tradición, pero más allá de eso contempla un conjunto de delitos con una gran diversidad de nombres y tipos. He aquí la primera dificultad: ni siquiera hay consenso sobre qué es la corrupción.

Los colectivos especializados y las personas expertas en la lucha anticorrupción son rehenes de sus cosmovisiones políticas. Así las cosas, es raro que alguien en el mainstream se atreva a decir que la corrupción es sistémica o a abordar sus profundas raíces oligárquicas. La corrupción es sistémica porque opera como un sistema y, más aún, porque el sistema político se ha corrompido en su modo de funcionamiento.

El sistema constitucional prescribe la igualdad real y efectiva de las personas y los grupos sociales, orienta la acción política hacia la garantía de los derechos y el avance en justicia social. Sin embargo, los resultados de las políticas públicas permiten apreciar cómo el lucro privado se antepone a los derechos de las mayorías.

Si la corrupción es una forma de gobierno que produce desviaciones estructurales en la acción política, de manera que el poder empresarial acumula privilegios a expensas de la clase trabajadora, entonces la lucha anticorrupción debería comenzar por impugnar la lógica plutocrática del sistema. Corrupción no es solo que Ábalos se lleve unas mordidas a cambio de unos contratos públicos, sino que él y su partido acaben sosteniendo que la vivienda es un bien de mercado.

Hacer frente a la corrupción es el mismo desafío que liberar a la democracia de las cadenas del capitalismo. Sin embargo, las medidas del Gobierno pasan por alto la perenne captura que el poder privado ejerce sobre el poder público. La opacidad de las sociedades mercantiles, la ingeniería fiscal, los directorios cruzados (interlocking directorates), las puertas giratorias, la financiación privada de los partidos, la retirada del Estado ante el mercado y la concentración del poder mediático conforman el código fuente de la corrupción. Ni una sola de las medidas anunciadas por el Gobierno tiene la profundidad democrática que exige la lucha contra la corrupción sistémica. En algún momento habrá que pasar de los relatos a las raíces. No nos resignemos.

Artículo publicado en Diario.Red el 13 de julio de 2025.